El bien oculto y sencillo

Doña Mercedes era una ancianita bien conocida en el cerro por su aspecto dulce y bondadoso. Vivía sola desde hacía varios años desde que su marido falleciera, pues Dios no les había regalado con hijos a pesar de que se los pidieron con insistencia. Vivía muy ajustadamente, casi haciendo milagros para llegar a fin de mes con el reducido montepío que recibía mensualmente. Cada vez que salía de su casa a hacer las compras la saludaban to­dos aquellos con quienes se encontraba, especialmente los niños, porque, aunque su platita era escasa, siempre compraba dulces para dárselos a los niños que salían a su encuentro, conocedores de la dulce recompensa que les esperaba.

Un día, al llegar a su casa y hacer el recuento de su plata, se dio cuenta que le faltaba un billete de cinco mil pesos. Se afanó en buscarlo por si se le había caído al entrar a casa, pero no lo encontró. Empezó entonces a recordar cada uno de sus pasos tratando de descubrir en qué momento había perdido el billete, y pensó que quizá se le había caído en el ascensor, en los momentos en que acomodaba la bolsa al lado de su asiento, pues se acordó que en ese momento cerró la chauchera que llevaba medio abier­ta. Tomó, entonces, papel y lápiz y escribió un cartelito que de­cía: “Si alguien ha encontrado en el ascensor un billete de cinco mil pesos le ruego me lo devuelva en calle tanto número tanto. Gracias”. Fue, habló con la cobradora, pinchó el cartelito con un alfiler y se fue a la Iglesia a pedirle al Señor y san Antonio bendito que la ayudaran a recobrar el billetito.

Al atardecer llamó a la casa de doña Mercedes, don Juan, un señor jubilado que vivía algunas casas más abajo, llevándole su billete que, según él, había encontrado en la mañana en el ascensor. Al verlo, y para perplejidad de don Juan, doña Mercedes se echó a llorar porque, según pudo explicarle cuando se calmó un poco, era la octava persona que golpeaba su puerta llevándole el billete que había perdido y, lo mejor de todo, era que el billete lo había encontrado doblado en el fondo de su bolso.

Una historia hermosa, pero más hermosa aún porque es ver­dadera.

Me sucede, cuando veo las noticias de la televisión, que que­do abrumado por tanto mal que hay en el mundo y que, con lujo de detalles y de colores, nos muestra la pantalla. Es posible que a usted le pase lo mismo y se pregunte, como me pregunto yo, ¿cómo es posible que haya tanta maldad, tanta injusticia? ¿Y el bien dónde está? La verdad es que el bien existe y que el bien es mucho mayor que el mal, sólo que el bien no hace ruido, no aparece en las primeras páginas de los diarios que se encargan de promover cuanto escándalo existe en Chile, ni se muestra en los reality show. Existe en tantas y tantas doñas Mercedes que, sin ruido, pasan derrochando bondad a su alrededor, y en tantos y tantos vecinos como los de ella que, a pesar de sus estreche­ces, son generosos y están dispuestos a renunciar a parte de lo que legítimamente les pertenece por hacer el bien a un amigo. No buscan llamar la atención de nadie ni salir en ningún estelar, sólo buscan hacer la voluntad de Dios en todo su actuar. Son los santos de la vida diaria, los santos corrientes de la calle, que nos muestran con total sencillez que la bondad existe y que es capaz de superar el mal, aunque el mal meta mucho ruido.

Y usted, ¿en qué lado quiere estar? ¿Quiere aparecer en los titulares escandalosos de los diarios y la televisión? ¿O prefiere pasar desapercibido derrochando el bien a manos llenas?